TEATRO: THE OLD WOMAN
UN ESPECTÁCULO EXCEPCIONAL
Cuando le preguntan a Robert Wilson, creador de esta deslumbrante puesta en escena del texto homónimo del escritor ruso Daniil Kharms[1], por su método de trabajo, describe sin dudar los pasos de su proceso creativo: lo primero es la concepción de la luz, el escenario y el movimiento, solo en segunda instancia va apareciendo el texto y, finalmente, se añade el maquillaje y el vestuario. Esta forma de trabajo, con sus prioridades, es la que aparece con contundencia en la obra ya terminada: un festival de luz y color en el que la actuación sincronizada apela al movimiento y la voz como fuente de sentido, mucho más que a la palabra en cuanto tal. Un mundo extraño y sorprendente que se renueva a cada instante, más allá de la división en doce cuadros y un epílogo, fruto del trabajo y la experimentación; de una búsqueda estética que se nutre de lo pictórico y del cine de animación[2], y tributa a las célebres parejas que inmortalizó el cine. Es visualmente muy impactante, pero también sonoramente. Recupera el mundo y el pensamiento del autor, pero no desde la literalidad, no al menos en primera instancia. Por eso, los breves parlamentos, repetidos una y otra vez, no importan tanto como el resto del desarrollo escénico, y no incomoda leer su traducción del inglés o del ruso en las pantallas puestas en estratégicos puntos de la sala.
El texto original de Kharms -adaptado por Darryl Princkney, un habitual colaborador de Wilson- es breve y absurdo; parece girar alrededor de una tontería con un aire casi infantil, pero, por momentos, adquiere un tono próximo al horror. La puesta del director norteamericano rescata el clima y el sentido, y los potencia a través de un dispositivo escénico en el que la luz y los elementos tienen un peso decisivo que evidencia la inclinación de Wilson por las bellas artes, práctica ha deparado a sus dibujos, instalaciones y diseños de muebles distintos reconocimientos. Son especialmente notables los cuadros en los que se explotan elementos que remiten al expresionismo alemán. Por otra parte, el uso de tubos fluorescentes me recordó la obra del artista plástico norteamericano Dan Flavin (1933-1996).
Mikhail Baryshnkov y Willem Dafoe realizan un trabajo interpretativo extraordinario que requiere gran destreza física y vocal para dar con todas las modulaciones de voz y movimiento que les son requeridas. Ellos son el corazón de este mundo fascinante creado por el director.
Una obra maravillosa, que revela una concepción total, abarcadora, de lo que es el teatro. El resultado de más de un año de exploración estética que incursiona en distintos sistemas sígnicos y disciplinas artísticas para potenciar no sólo el impacto en la recepción sino el sentido. Ayer, en su primera función, fue ovacionada largamente de pie por una concurrencia muy entusiasta. Me pregunto cuántos de los que gustosamente asistieron se arriesgarían a una propuesta tan poco tradicional si los protagonistas no fueran reconocidos artistas extranjeros.
FICHA TÉCNICA
Dirección, Diseño de Escenografía y Concepto de Luces: Robert Wilson
Elenco: Mikhail Baryshnkov y Willem Dafoe.
Autor del texto original: Daniil Kharms
Adaptación: Darryl Pinckney
Música: Hal Willner
Vestuario: Jacques Reynaud
Diseño de sonido: Marco Olivieri
Dramaturgo: Tilman Hecker
Maquillaje: Marielle Loubet y Natalia Leniartek
Foto Lucie Jansch
Productor ejecutivo: Change Performing Arts
Dirección: Franco Laera y Elisabetta di Mambro
En colaboración con BaryshnikovProductions y CTR Centro Ricerche Teatrali
[1] San Petesburgo, Rusia, 1905-1942.
[2] Curiosamente, la puesta me recordó un film de animación próximo a estrenarse: Historias de cronopios y de famas, de Julio Ludueña, película que también despliega recursos pictóricos para poner en imagen el universo surrealista creado, en este caso, por Julio Cortázar.