NOTICIAS: SEGUNDA NOCHE DE LOS DIBUJANTES
Por El espectador compulsivo
I- EL ANUNCIO
EL DÍA 17 DE FEBRERO DE 2017
DE 19 HS. A 2 AM
EN CIUDAD CULTURAL KONEX
II- EL EVENTO
Algo mejor organizada que la primera edición, realizada un frío día de julio del año pasado, esta segunda Noche de los dibujantes no dejó largas filas a la intemperie, ni provocó colapsos en la entrada, ni aireadas quejas como las de los sufridos poseedores de tickets, quienes -en muchas ocasiones con criaturas en brazos- esperaron la primera vez en la calle horas hasta perder la paciencia (o la salud) y reclamar la devolución de la entrada. Más prevenidos, quizás con más experiencia, los organizadores eligieron para este segundo evento un lugar mucho más amplio, que permitiera cierta holgura para varias actividades simultáneas, tal como prometía el anuncio, al menos mientras no lloviese. Sin embargo, el gentío, el calor y la distribución de los artistas en el espacio (tres grandes círculos en los que dibujaban codo a codo) hicieron que esta experiencia, al menos para mí, fuera tan caótica como la anterior.
Por supuesto, no puedo hablar sino a título personal; es decir, por lo que yo misma vi en el tiempo que estuve allí, que -debo reconocer- fue poco: desde las 20.15 a las 21.15 hs. Más allá de que había una librería, un espacio para serigrafías (con ninguna aceptación popular) y dos escenarios, en uno de los cuales tocaba un conjunto en vivo, la mayor atracción –y, casi diría, la única- era la prometida de compartir con los artistas un momento: verlos dibujar, cruzar dos palabras y, de ser posible, llevarse un original a un precio más que razonable, ya que se vendían entradas con una hoja para dibujo ($250) o con dos ($350), y se podían comprar hojas sueltas a $ 150. Por supuesto, “tomar algo y conversar con los participantes”, hubiera sido demasiado. De hecho, era imposible conseguir una simple cerveza sin afrontar una larga cola; tan imposible como ubicar a un artista en particular o acercarse a ver cómo trabajaban los que se hallaban en sus puestos (identificados con un cartel con su nombre), pegados unos a otros, formando un círculo, casi casi en posición defensiva. Frente a algunos había más gente que frente a otros (a esa hora Altuna era uno de los más solicitados, su fila era casi tan larga como la de la cerveza). No había información disponible de quiénes estaban dibujando o dónde, o a qué hora vendrían los demás. Si uno no conocía a casi ninguno de los que estaban –por propio desconocimiento, por no ser uno un especialista y solo tener conocimiento de los más renombrados o de los que se han hecho “preferidos”- era imposible ver qué hacían para elegir en qué gastar la preciada hojita. A esa hora la gente era mucha, tanto los que pugnaban por tener su obra, como los que la habían conseguido y trataban de hacerse de alguno de los pocos sitios para sentarse .¿Cómo acercarse?
Quizás después fue mejor, menguó la cantidad de gente, llegó el artista favorito, no hubo tanta cola para conseguir bebida. Cuando no hay una programación más o menos estricta, es cuestión de suerte. La vez anterior hice tres horas de cola antes de irme, medio congelada; le dejé el puesto a una amiga que entró a los cuarenta y cinco minutos y obtuvo todo lo que quiso. Yo no hubiera podido tomarme todo el tiempo sabiendo que afuera había gente que esperaba en las peores condiciones (de hecho ese fue el problema no previsto, no hubo recambio de público; aquellos que lograron entrar no salieron al ritmo que suponían puesto que se les había prometido quedarse, comer, mirar, pasar la velada).
Por supuesto, con el tiempo se aprende. Al menos esta organización estuvo mejor dispuesta a subsanar los inconvenientes. Sentí más respeto que cuando Orsai mandaba esos mails tan jocosos donde se arrogaban todos los derechos y apenas pedían disculpas por los errores.